Eran las doce del mediodía del viernes y según el horario previsto, el Juez Snyder ha comenzado a leer la sentencia que presumiblemente iba a condenar al joven Bart Simpson a más de 100 años de cárcel como máximo responsable de la desaparición del director Skinner.
Snyder ha mirado fijamente a los ojos a Simpson y ha empezado a hablar: «A la luz del terrible testimonio presentado por sus compañeros de fechorías, por sus maestros y el interminable desfile de niñeras emocionalmente destrozadas, este Tribunal no tiene más…». La suerte estaba echada para el pequeño Simpson, pero de repente, la lectura del fallo ha sido interrumpida. Las puertas de la sala se han bierto de par en par con un fuerte golpe. Y allí ha aparecido, ante el estupor y la incredulidad de los presentes, el director Skinner gritando un enérgico «¡Alto!». Nadie se lo podía creer. «¡Es el director Skinner!», decían algunos con sorpresa. «¿Pero no estaba muerto?», se preguntaban otros.
Skinner ha irrumpido en la sala. Sucio, despeinado, desaliñado, sin afeitar, maloliente, pero perfectamente cuerdo y consciente de lo ocurrido. Y sin más dilación, ha comenzado a relatar la verdad de lo sucedido durante los días en los que ha estado desaparecido.
«Me imagino que se preguntarán dónde estaba», empezaba a decir Skinner. «Todo comenzó hace una semana. Me encontraba en mi despacho actualizando un manual de cómo vestirse para ir a la Escuela cuando me vi sorprendido por una banda de matones que actuaban en nombre de Bart Simpson… o al menos, eso dijeron. Para olvidarme de aquel desagradable incidente, me fui a casa y me puse a ordenar los periódicos viejos, pero de repente se me cayeron todos encima. Me vi atrapado. Y es que se debe reciclar la celulosa más a menudo. Logré mantenerme con vida gracias a las deliciosas conservas de mamá. Y mantuve la cordura jugando a la pelota con la mano que me quedaba libre. Lo convertí en un juego. Conté las veces que podía botar la pelota al día y luego intenté batir mi propio récord. Hasta que al fin un día la policía vino a registrar mi casa», haciendo referencia al día en que la Policía de Springfield acudió a su casa en compañía de la Princesa Ópalo, la médium que no consiguió sacar ninguna pista con sus extraordinarios poderes mentales.
Skinner prosiguió con el relato: «Grité hasta quedarme afónico, pero no me oían. Entonces me di cuenta de que si quería salir de allí, tendría que ser por mis propios medios. Fabriqué un petardo casero con la funda de un puro. Recordé un experimento de mis días de profesor de Ciencias de 4º. Preparé el carburante a base de levadura y el zumo de unos restos de limón. El cohete salió disparado con un fuerte estallido de CO2 arrastrando tras de sí el cable de la aspiradora. Me aferré a la aspiradora, apreté el botón que recoge el cable y encontré el camino de la libertad«.
«Ésa fue mi heroica experiencia», ha dicho Skinner para terminar. A continuación, todas las personas presentes en la sala se han levantado para aplaudir y ovacionar al director de la Escuela. Y automáticamente el Juez Snyder ha declarado el sobreseimiento del caso con un enérgico golpe de mazo para alivio de Bart Simpson que ha estado a punto de ser condenado por un crimen que no había cometido.
Ya en el exterior de los Juzgados, se ha podido ver como Tony «el Gordo» mantenía una última conversación con Bart Simpson, tal vez disculpándose por haberle inculpado de forma premeditada e injusta.
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